Cuatro mil palabras escribí
en un concurso literario.
Cuatro mil palabras me leí,
puliéndolas a diario.
Cuatro mil palabras yo les di,
todas de mi diccionario.
Cuatro mil palabras destruí,
para olvidar mi mal fario.
Indignos resultaron mis textos
de cualquier sutil reseña,
así que cogí a todos estos
y los tiré junto a la leña.
Ardieron los buenos restos,
tras el fuego que se empeña
en vaciar los vitales cestos
de una palabra que enseña.
El filósofo no gana dinero,
tan sólo una reputación:
a veces de humilde trilero,
y otras de gran erudición.
Mejor ser un pobre camarero
y poder pagar habitación,
que estar en el candelero
durmiendo bajo un cartón.
Gracias.