• 31 marzo, 2019 a las 11:19 pm #27491

    Zenda el 19 de marzo, 2019 a las 12:30

    Concurso de historias de España

    Zenda ha organizado un nuevo concurso, dotado con 3.000 euros en premios y patrocinado por Iberdrola. Para participar, cuéntanos un episodio de la historia de España que merezca ser recordado. Trágico, épico, inolvidable, esperpéntico,... Manda tus historias aquí, en este foro, desde el 19 hasta el 31 de marzo.

    El jurado de este concurso lo forman los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

    El primer premio está dotado con 2.000 €. El premio para la otra historia finalista es de 1.000 €.

    A continuación te explicamos cómo participar.

    1) Las historias deberán ser originales e inéditas. La extensión mínima de los textos es de 100 caracteres y la máxima, de 1.000 palabras. Cada concursante podrá participar con un máximo de dos textos.

    2) Debes publicar tu historia en internet, como entrada de un blog, como una anotación en Facebook o como un tuit o un hilo en Twitter.

    3) Después, si aún no estás dado de alta debes registrarte en este foro de Zenda y escribir una respuesta al final de esta misma entrada. En la respuesta, incluye la dirección donde has publicado el texto. No es necesario publicar aquí el texto completo, basta con la URL (la dirección web).

    4) Calendario del concurso: puedes participar del lunes 19 de marzo de 2019, al domingo 31 de marzo de 2019 a las 23:59. El miércoles 3 de abril publicaremos en Zenda una selección con las 10 historias que optan a los premios. El viernes 5 de abril de 2019 se difundirán los nombres del ganador y del finalista.

    Y podrás divulgarlo con la etiqueta #UnahistoriadeEspaña en las redes sociales.

    En este enlace puedes consultar las bases del concurso.

    Este concurso se realiza ante la publicación por la editorial Alfaguara de Una historia de España, de Arturo Pérez-Reverte, un relato de nuestra historia a través de los siglos.

    ¡Participa y escribe tu historia!

    https://www.facebook.com/notes/fer-garcia/el-argentino-m%C3%A1s-espa%C3%B1ol-de-todos/10156539794333600/

    EL ARGENTINO MÁS ESPAÑOL DE TODOS.

    Había muerto su padre, y la muerte -que cuando llega enseña en un día más de lo que se puede aprender en toda una vida- le decretó también el final de su niñez.
    Después todo se sucedió con la rapidez propia con la que transcurren los días de los mayores, y una mañana se levantó con náuseas arriba de un barco que lo llevaba a la Argentina. Su madre tenía un pariente que años atrás había partido hacia ese país del otro lado del océano, y ante tanta desdicha cargó todo lo que poseía –sus dos hijos-, y se largó.
    Mientras miraba por el ojo de buey nunca hubiera imaginado que los malos tiempos poco a poco quedarían en el olvido y que la bonanza de su nueva patria en conjunción inescindible con el trabajo, el esfuerzo y la constancia le permitirían once años más tarde volver a España para reencontrarse con los familiares y amigos que hoy estaba dejando atrás.
    Así fue, a sus 23 años volvió a cruzar el Atlántico, pero ahora en calidad de turista, no de inmigrante.
    Cuando bajo del barco, todavía atontado después de tres semanas sin pisar suelo firme, las autoridades portuarias al ver su documentación lo apartaron inmediatamente y le comunicaron sin mucha delicadeza que sería reclutado como soldado. Había estallado la guerra civil en España y de nada sirvió su último alegato desesperado: ¡Soy Argentino! ¡Soy Argentino!
    Luchó para los nacionales. Supongo que si le hubieran dado a elegir hubiera sido republicano, pero así fue su vida, nunca estuvo del lado de los que eligen, y esta no iba a ser la excepción.
    En España había dejado su niñez y ahora también su juventud.
    Una vez culminada la guerra retornó a su país, entero de cuerpo, minusválido de espíritu y con un tatuaje a medio hacer, porque según cuenta la historia un disparo acabó con el noble tatuador en plena sesión. A fin de cuentas ese tatuaje sin terminar lo representaba mejor que cualquier otro.
    El argentino más español de todos nunca más regreso a España, quizás por miedo a que también le roben la vejez. Vivió el resto de su vida y murió en su país, Argentina. Su documento decía: Adolfo García Santos, Nacionalidad: Española.

    Álvaro Poeta
    Participante

    17 abril, 2019 a las 11:13 am #27607

    Ahora mismo no tengo mucho tiempo... pero al próximo me apunto!

    paula Brizuela
    Participante

    23 abril, 2019 a las 10:50 am #27844

    La sospecha de Sofia de Paloma Sánchez Garnica Día del libro

    María Ibáñez
    Participante

    2 mayo, 2019 a las 9:25 am #27904

    Ciertamente, hay historias muy bonitas sobre España.

    Bianca Montes
    Participante

    10 mayo, 2019 a las 10:26 am #28005

    Me encanta el escritor arturo perez reverte, su manera de escribir detallando hasta el más mínimo detalle hace que te sientas sumergido dentro de la historia. Hace unos días me he comprado un altavoz inteligente de amazon, el Echo Spot y como tengo problemas de vista pues hay una skill que me permite escuchar la narración de algunos libros. Aún no hay de este escritor, pero cuento que poco a poco vayan apareciendo.

    Miguel Angel Román
    Participante

    13 abril, 2022 a las 10:15 pm #50778

    CALAMANDA CERRO el 22 de marzo, 2019 a las 17:47

    cala nevado‏ @CalaNevado 8 minHace 8 minutos  #unahistoriadeespaña y en Facebook

    A la chatarra

    Todos dormíamos en dos tristes camas sobre  la humedad  de dos desgastados y hundidos  colchones a las doce de esa noche, un frio veinticuatro de diciembre en casa de mis abuelos,  menos mi padre. Fuertes golpes continuados e impacientes nos despertaron. Unas cuantas culatas aporreaban la puerta cerrada de la calle que al fin reventó por alguna parte. Los inquietos y sonoros ruidos se comían hasta el mismo sueño y sobresaltaban al silencio de la madrugada y a nosotros; niños indefensos y mujeres solas con  el único apoyo masculino de mi abuelo. Cuatro guardias armados con pistolas  y con la mirada hinchada de odio,  nos arrancaron de las sábanas,  nos sacaron  del único dormitorio, y nos empujaron hasta el pasillo  dónde nos doblamos como un junco de miedo y escalofríos.

    Preguntamos que querían y nadie hizo caso, aun adormilados comprendimos que aquel era un ruidoso y oscuro espectáculo. Las niñas chicas lloraban, mi abuela dio un grito sollozante, y otro, y otro, y otro, hasta que la detuvieron con un duro manotazo en la boca. Mi madre, cada vez más sudorosa, se atascaba al preguntarles, en un vano esfuerzo por conocer la finalidad de aquella intromisión, y hablaba de carrerilla y sin empuje en la voz. Mi abuelo les ofrecido unas naranjas del frutero que él mismo había recogido esa misma tarde del árbol del patio; en vez de tomarlas le dijeron que se las diera a los cerdos o se las comiera con una corteza de pan duro. Yo les iba a preguntar si nos tapábamos con el cobertor de la cama pero no podía, transfigurado por los temblores de las bajas temperaturas parecía un manojo de nervios delgado y roto junto a mis hermanos más pequeños y mi familia   en mitad del pasillo.  Insultaban, gritaban y nos dijeron que aguantara porque seguramente nos iban a dar un paseíto fuera.

    A pesar de andar desfigurados por la violencia no sabían que hacer allí. Nuestros enseres se veían sin necesidad de mucho mirar: una mesa y cinco sillas muertas de risa en el comedor, una minúscula cocina con el fuego de la chimenea mortecino, varios cacharros con agua a su alrededor y un par de sartenes y algunos platos desconchados de porcelana en una alacena sencilla y antigua.   Dos sábanas de la dote muy usadas en los cajones de la cómoda de mis abuelos y un par de manteles  a  cuadros. La ropa interior de todos apenas si ocupaba medio cajón, un pantalón y unos monos de trabajo de mi padre,  algunas batas de mi madre y de la abuela, vestiditos ajados de las niñas,  pantalones y jerséis  de mis tres hermanos y míos en el tercero.

    En una locura sin sentido, los hombres no andaban con cuidado y tiraban las sillas al suelo,  su  constante ir y venir, cerrando y abriendo puertas con multiplicada sonoridad, se  perdía   por todos los rincones de nuestro humilde hogar; con silbidos interminables, y llamándose unos a otros a gritos,  manoseaban los visillos,  las tres macetas,  las paredes que estaban cercas de su mano, los cristales de las dos ventanas, alguno rompieron, los tres cajones cerrados los abrían y desenvolvían bromeando, la pequeña imagen de cartón de la Virgen del Carmen puesta sobre la cabecera de la cama; querían descubrir entre ellas un exquisito tesoro o un imperio de cosas materiales que a nosotros nos extrañaba, por no poseerlas,  y a ellos su búsqueda los ponía cada vez más violentos y exigentes.

    – ¡Ladrones, moveros!, tu. Dijeron a mi madre, saca los papeles de la máquina de coser. Vamos acompáñame, busca por ahí. Eh, y vosotros dos, registrar lo demás.- repetían una vez y otra, y otra, y otra.

    Esa noche, nuevamente, el temblor surgió en mi madre mientras les mostraba una hoja de papel amarillento escrita por un lado y muy gastada. - Han comprobado la factura otras veces y saben que está pagada, mi marido me la compró de recién casados-¡cállate! Le gritaban desbaratándola y sembrando en ella la vacilación y un temblor nervioso de cabeza. –Esa  máquina es mi medio de vida y la forma de sacar adelante a mi familia numerosa y a mis padres, y poder enviar algo de comida a mi marido a la cárcel,  sin  mi ayuda hubiera muerto ya; y sin mi trabajo  no podría ganarme   el pan que es el sustento de mis hijos y de los que estamos aquí-

    - ¡Tu marido!, ¿sabes dónde está, verdad, y por qué? Donde todos los que traicionan a La Patria.-

    - No, él no es un traidor,- dije con un chorro vivo de voz y la boca muy abierta. -Es honrado. A mi padre, hace  cinco años lo detuvieron y no había hecho nada malo, le tendieron una trampa unos vecinos. Confió y dijo algo de que todos tenemos  el mismo derecho a comer.  Daba por hecho que el mundo podía ser  más justo.-

    -Jajá- rio estrepitosamente el que parecía el jefe, intentando sacar una sonrisa a los otros,  y me zarandeo con toda la velocidad que pudo hasta que me apareció el llanto y una bola en la garganta. Mientras tanto dos de ellos sacaron la máquina de coser a la calle, chocaron  sus  botas contra ella y la  golpearon  para hacerla rodar  cuesta abajo como una sandía.  Oímos crujir el mueble  y saltar la maquinaria en su carrera, cada vez más viva, por las piedras del suelo oscuro. Escuchamos como las culatas apaleaban los trozos mayores de la  estructura de carpintería que  rodaba y chocaba contra las aceras. Se rompió nuestro corazón con ella y la esperanza de nuestra pobreza.

    -¡A la chatarra con todo esto!- Resonó en la noche fría de la venganza, tras varios tiros y un portazo.

     

     

     

     

     

     

     

    Buenisimoo

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