• Ángel Acosta
    Participante

    7 julio, 2022 a las 2:57 pm #52142

    Aquella tarde…y como de costumbre, en el mirador de San Nicolás, el sol se puso de rodillas para cortejar la noche y que difícil me resultó pensar lineal. Digo… pensar en el buen sentido del cotidiano sentido. Aquella tarde… caminaba por una granadina calle cuando una persona que venía en dirección contraria me sonrío. Entonces lo primero que hice fue sorprenderme. Es verdad, hoy lo reconozco. Cuando alguien nos sonríe no somos capaces de responderle con otra sonrisa; digamos, con algún oportuno buen gesto. Generalmente no nos detenemos, seguimos nuestra marcha; aunque, en los primeros instantes, quedamos sorprendidos. Acto seguido, sin dar tiempo al otro segundo y…sobre todo… sin detenernos, empezamos a cuestionar ¿por qué esa persona sonrió?.. Intrigados nos preguntamos… ¿la conocemos? Preocupados insistimos… acaso… ¿nos conoce? ¡Montones de dudas saquean nuestros pensamientos! Y un misterioso no sé qué obliga al cerebro a buscar y rebuscar alguna imagen que traiga la puñetera imagen de esa persona… ¡Pero jamás detenemos la marcha! No somos capaces ni de voltear la cabeza para seguir con la vista el humano cuerpo que se aleja y…segundos atrás… al pasar rozando nuestro lado, nos regaló una amable sonrisa que (tal vez) excitó nuestro entusiasmo… ¡Joderrr!.. Fue inevitable. Aquella tarde… mientras el sol se arrodillaba para cortejar la granadí noche, tropecé con estas palabras escritas (en su novela Irene) por Pierre Lemaitre, uno de mis maestros en el arte de organizar letras … “lo que hace la diferencia entre aves rapaces y aves de presa, es el instinto”.

     

    © Ángel Acosta © Alas de vértigo

     

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