Hola:
Me llamo Santiago Izquierdo Abad, y quiero participar en el Concurso de relatos Historias del Camino. Mi relato se titula EL BESO DEL APÓSTOL.
Lamentablemente no soy capaz de colgarlo en internet en las formas solicitadas en las bases.
Por eso lo que lo voy a escribir aquí.
Espero ayuda y comprensión.
Muchas gracias.
Por si sirve, he publicado mi relato en mi página de Facebook
https://www.facebook.com/Santiago-Izquierdo-Pintor-de-la-tierra-Castellana-1204831686219845
y en mi muro
https://www.facebook.com/santiago.izquierdo.169
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EL ABRAZO DEL APÓSTOL
Adriano es un afamado maestro cantero de los de alta escuela, (dicen que su padre vino de un pueblo de Italia) que dibuja prodigiosamente y talla como nadie capiteles de pura magia. Tiene su taller junto a un importante monasterio que también es albergue y hospital de peregrinos que van a Santiago, y desde él ha visto pasar toda clase de caminantes. En efecto, ha visto a reyes, mendigos, soldados, monjes, fieles del común, bandoleros, traficantes, prostitutas, artistas. Ha escuchado atentamente a los que van a Santiago y a los que vuelven. De los primeros ha escuchado sus sueños, y de los segundos, sus testimonios. Conoce de corrido mil historias sobre el Camino, así que de tantas veces como las escuchó le fue aumentando el deseo de abrazar un día al Apóstol.
Sucedió que por un azar del destino se vio relacionado con un lance de honor que afectaba a su hija y en el que hubo sangre. Aún sin aclararse por completo las circunstancias del caso fue condenado, mas le fue conmutada la pena por la de peregrinar hasta Santiago, pero con la condición de que lo hiciera comenzando desde la frontera con Francia, y que al final hiciera un detallado inventario de las obras de arte que encontrara, así como de los paisajes y las costumbres, y que compusiera un mapa con los caminos y las sendas.
El peregrino acepta la sentencia confiando llegar a Santiago y abrazar al santo para ponerse en sus manos y pedirle que se aclare el suceso y él pueda limpiar su nombre. Consigue del tribunal que lo pueda acompañar su más aventajado discípulo, Judá —a quien ha enseñado todos los secretos de la talla de las piedras—, para aumentar su seguridad y poder consultar las cuestiones técnicas que pudieran presentarse.
Los llevan en una carreta hasta el punto de inicio de su andadura y Adriano va tomando notas del aire y del paisaje y de todas las cosas de interés que tienen relación con el Camino: la nieve en los Pirineos, el verde en los valles, la Historia en Roncesvalles... Sus impresiones, notas y fantásticos dibujos quedan registrados en un precioso cuaderno de viaje, cumpliendo así los objetivos que le han encomendado.
Quedan perfectamente retratados los montes de Navarra, el vergel de la Rioja, las llanuras de Castilla, el embrujo de Galicia. Quedan perfiladas las arcadas mágicas de Eunate, el gótico de Nájera, las filigranas de Burgos, el castillo de Castrojeriz, la imponente mole de Villalcázar, las vidrieras de León... Y en cada anotación y descubrimiento, Adriano va tomando conciencia progresiva del profundo sentido de la peregrinación.
Pero desde hace ya varias jornadas, ya en tierras gallegas, no se encuentra bien a causa de un extraño mal para el que los médicos consultados no encuentran remedio. Le aconsejan descansar, pero el deseo de llegar a Santiago es tan grande que le hace más soportables los dolores. Prosigue el Camino, aunque cada día con menos fuerzas, dejando al cuidado de Judá las tareas y los dibujos.
La jornada de hoy ha sido un calvario, pero en un esfuerzo supremo ha conseguido llegar hasta el Monte del Gozo. Quiere ver, al menos, las torres de la catedral porque sabe que no va a poder llegar a Santiago, que no verá el Pórtico de la Gloria y que no podrá hacer lo que más desea: darle un abrazo al Apóstol.
Apoyado en uno de los árboles, llama a Judá. Con la vista perdida, pero fija en la catedral, tiene fuerzas para decirle.
—Judá. Ya ves que yo no tengo fuerzas. Quiero que vayas tú y le des un abrazo al Apóstol en mi nombre. Yo, desde aquí, os acompañaré. Llévate este rosario y que te lo bendiga. Pero date prisa, por favor.
Judá corre como un loco por las rúas empedradas hasta llegar a la plaza del Obradoiro, cruza el Pórtico de la Gloria sin detenerse a admirar sus maravillas, atraviesa las naves de la catedral, ve volar al botafumeiro, sube las escaleras y se abraza al Apóstol con el rosario entre sus manos y las lágrimas llenándole los ojos. Siente en el abrazo una especie de sacudida eléctrica, un ramalazo de júbilo, una como voz interior. Con las fuerzas recobradas retorna corriendo al Monte del Gozo.
Encuentra al maestro apoyado en el mismo árbol donde lo dejó, casi sin aliento, pero con una luz especial en sus ojos. Mirándose en ellos, Judá proyecta en un segundo la película que acaba de ver Adriano, que es la de todo su viaje. Ve las vicisitudes desde que salieron de su casa, los caminos llenos de peregrinos de todas las edades y condiciones, el trabajo de los canteros, las plegarias de los fieles; revive los días de calor insufrible, las tormentas que llenaron sus pulmones de agua y sus ojos de azul, los bosques impenetrables y llenos de misterios, las llanuras eternas. Escucha las salmodias de los monasterios más recónditos, descifra las claves más antiguas de los templarios y los puntos más emblemáticos de un camino legendario. Escucha las conversaciones y confidencias que ha tenido con su maestro sobre el arte supremo de la vida.
—Adriano, despierta. Aguanta un poco más, por favor.
Le ofrece el rosario bendecido por el Apóstol y Adriano lo besa lentamente con una sonrisa indescriptible. Judá lo abraza con toda la ternura de que es capaz y ambos saben que no es el abrazo del maestro y su discípulo, sino que Adriano siente que lo está abrazando el Apóstol. Fundidos en el abrazo sin tiempo, el viejo peregrino ve cumplido su sueño de abrazar al Apóstol.
Lentamente el sol se pone entre los rezos de las campanas y los cánticos de aleluyas amargas. Es veinticinco de julio y es domingo. Sobre la concha del viejo peregrino ha florecido una rosa blanca.
En el cielo gallego se abre un abrazo de luz que Judá dibujará magistralmente para la Historia. Era el abrazo del Apóstol.
Santiago Izquierdo 646 77 50 13
Muchas gracias por la ayuda:
Buen camino