Las nubes no tienen forma,
quizá sea la magia de mirar de lejos.
Vivo del té con gengibre y menta.
Esperaba ese arcoiris post tormenta.
Platos pálidos servidos calientes.
Cuánto tiempo pasó,
desde que volví a ser.
El vapor acaricia mi cara.
Me vestí bonito para escribir,
cada trazo era paz contenida.
Bailaba a la par de mi grafito
entre negro y blanco:
– Lúcido está el zumbido mío,
siendo abeja del desierto.
Mi fé de polinizar y clamar:
Una flor de asfalto e descubierto.