Fábula. La iglesia y el chucho
A las puertas de una iglesia,
alabando al generoso
y maldiciendo al tacaño,
un chucho pedigüeño
dejaba pasar los días.
Hasta que uno de esos,
de los que nadie echa en falta,
un resbalón lo lanzó
escaleras abajo.
En plena caída,
un colega le cedió el paso
y, sin mirarlo siquiera,
le dijo:
«No es de rezos ni de abismos
querernos a nosotros mismos;
de entreveras y venas es darnos,
para eso hemos nacido…».