Te vi en el puente de Adriano,
en la poesía al servicio de nadie,
en los límites desbordados.
Te encuentras entre arcadas,
tallada en mármol travertino.
Eres el cardenillo
en la cabeza de César Augusto,
lo bello diferente,
lo ausente en lo presente.
Una brisna refrescante entre actos,
el descanso en los peldaños.
Tu cara es el reverso de la santidad,
lo opuesto en la pesada angustia.