Leímos su Buscón y sus poemas —casi siempre los sonetos más famosos— de niños y adolescentes, como parte de las tareas escolares. Miré los muros de la patria mía, alma a quien todo un dios prisión ha sido, soy un fue y un será y un es cansado… Recuerdo que para mí leer a Quevedo, como a Garcilaso o Cervantes, e incluso al mucho más tardío Bécquer, era como verme de pronto rodeado por las paredes encantadas de un fantástico castillo medieval. Fue mi primer contacto con eso que Handke llamó “una gran conciencia revestida de palabra”, “un ritmo del alma”, que no reconoce específicamente un lenguaje sino la particular forma lingüística en que se expresa un espíritu universal. En pocas palabras: leyendo a “mis mejores y mayores” yo también me revestía de palabra, que por pura sonoridad adquiría a mi alrededor la forma espectral (castillos, aldeas encantadas) con que todas ellas, talladas por los antepasados, resonaban en mi yo de niño.
En este enlace puedes leer el artículo completo de Lorenzo Luengo: Francisco de Quevedo como piscina olímpica - Zenda (zendalibros.com)
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Totalmente, no dejan de poner su canción en todos sitios, estoy harto.