El manto estelar luce arrugado, desprendido de sus paredes, como un forro de pliegues que toca el alma con su desfase.
El desvelo crea al poeta en el seno del ápeiron, acicala su pelaje el viento. Surge de entre momentos turbios, posee una atención dispersa. Captura imprevisible una serie a destiempo movido por fuerzas ajenas.
El trance es la criba por donde el sentido pasa, como un flujo se encarna, acontece, no llega a cerrarse.